La perniciosa concepción de una mujer excepcional.

Hablemos de una mujer, joven, inteligente, independiente, ama de casa, profesional, madre, simpática, bonita, sensual, segura de si misma, sencilla, prudente y fiel. ¿Conoce usted a una de estás? Que si que las hay, de diversas razas, nacionalidades y profesiones. Muchas son hondureñas.

Son pocas y por eso se destacan. Están generalmente solas, pero han tenido diversas relaciones, han sido amadas, extrañadas y admiradas por hombres y mujeres igualmente destacados. Les han pedido matrimonio, les han jurado amor eterno, las han engañado, cuidado y acompañado muchas personas. Son ellas la excepción de la regla.

Parecieran ser buenas y malas no son, el problema viene cuando comienzan a multiplicarse, deja de haber sólo una, y todas pierden particularidad. Cuando eso sucede la sociedad protesta: los grupos fundamentalistas gritan que la familia única se va a desintegrar, las conservadoras critican la liberación femenina alegando que las mujeres de ahora son libertinas, los hombres se frustran porque ahora deben esforzarse más para cortejar a una mujer y en resumen la sociedad expresa que está bien que haya una, pero que si todas las mujeres son así, entonces ya no son excepcionales y el mundo en el que viven se puede acabar. Y de hecho, así es.

Entonces el sistema comienza a garantizar la excepción de la mujer. Alimenta el ego de las féminas con características semejantes, las hace sentir especiales y únicas, las premia, visualiza y enajena. La mujer excepcional se siente contenta, cómoda, feliz y a veces incomprendida, sabe que es la excepción a la regla y pretende seguirlo siendo, no quiere ver otras como ella y comienza a garantizar su continuidad en el trono. De allí los celos y las rivalidades entre mujeres, de allí la envidia, las falsas amistades y el individualismo femenino.

Sacamos las uñas, el pelo y la ropa más linda, comenzamos a competir en distintos terrenos y campos, por ellos, por nosotras, por ser la mejor, la más: joven, inteligente, independiente, ama de casa, profesional, madre, simpática, bonita, sensual, segura de si misma, sencilla, prudente y fiel. Y nos concebimos como tal, ni se nos cruza pensar en una liberación. Nos volvemos ciegas de las exigencias masculinas.

Nos negamos a aceptar que los hombres la piden joven, porque después de los treinta años nos pueden cambian por una de veinte; que la piden inteligente, porque así no se aburren de conversar con nosotras y nos presumen como brillante pareja en los círculos intelectuales; que la piden independiente, porque así les exigimos menos tiempo y dinero; que la piden ama de casa, porque no serán ellos los administradores del hogar; que la piden profesional, porque con nuestra educación ellos también adquieren estatus; que la piden madre, porque ellos siempre quieren tener hijos, pero no siempre los quieren cuidar; que la piden simpática, porque debe agradar a los otros y a las otras, a sus familias, a sus amigos y a sus jefes; que la piden bonita, porque son más visuales; que la piden sensual, porque quieren hacernos de su propiedad en la cama; que la piden segura de si misma, porque así no los celamos con otras mujeres y ellos nos pueden ser infieles; que la piden sencilla, para que hagamos lo que ellos quieran y sea fácil someternos a sus deseos y caprichos; que la piden prudente, para que no los delatemos, porque muchas veces somos nosotras las que mejor los conocemos; y que finalmente la piden fiel, porque una mujer así no se comparte con otro hombre y mucho menos con otra mujer.

Lo más triste del asunto es que aun cuando lo sabemos, cuando tomamos conciencia de eso, cuando nos declaramos feministas, aun así podemos caer en la trampa, podemos dejarnos envolver por la perniciosa concepción de una mujer excepcional. Y no compartimos con otras, no promovemos la emancipación de LAS MUJERES, nos quedamos con esa verdad y no actuamos acorde a nuestra visión política. Y puede pasar que sea una feminista la que promueva la continuación del sistema patriarcal en su casa, en las calles, con sus hijos e hijas o con aquellos y aquellas que la admiran y la siguen.

Y lo peor del caso es que puede pasar que esa feminista sea yo. ¡Dios me libre! 
 
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